viernes, 13 de noviembre de 2015

Pasado, Presente y Futuro

Hace más de dos años, en marzo de 2013, comencé una serie de relatos, casi uno por día. Se los escribí a alguien que sé que los disfrutó tanto como yo. Hoy quiero colgar aquí uno de ellos, el que para mí simboliza mejor el camino que hemos andado juntas. Es tan suyo como mío. Aunque lo escribiera yo, era ella la que lo creaba cuando me miraba.
Disfrutadlo:

Pasado, Presente, Futuro

Entre pinos y montañas, casi invisible a la vista de todos. Entre la maleza y caminos perdidos. En un lugar prácticamente inaccesible se encontraba una pequeña fortaleza. Una fortaleza de muros altos y gruesos. Cubierta de yedra que la hacía pasar desapercibida. Tras los muros había una alta torre que se alzaba por encima de las verdes paredes. En la torre, en la parte más alta vivían tres mujeres. Una era el Pasado. Otra el Presente y la otra el Futuro.
Pasaban el día tejiendo un inmenso manto lleno de experiencias vividas, según lo que iba tejiendo la primera de ellas, el Pasado, así iba formándose el Presente. Y según lo que tejían las otras dos, el Futuro podía realizar su trabajo.

Una noche, cansadas de tejer, se sentaron a la orilla del fuego y comenzaron a discutir. Querían saber qué era más importante.

El Pasado lanzó su alegato:
Gracias a mí vosotras podéis seguir vuestro trabajo. Si yo no existiese no existiría nada. Yo soy quien forma la personalidad. Las experiencias vividas. Los recuerdos. Si yo duelo, vosotras seréis precavidas. Si yo soy brisa podréis ser huracán. Sin duda mi labor es la más importante. Sin duda yo soy la que da sentido a la vida. La que hace que estos muros sean más altos y fuertes. La que creó la yedra para que nadie pueda encontrarnos.

El Presente sonrió y dejó que su mirada se perdiese en la danza del fuego. En los chisporroteos de la madera quemándose. No despegó los labios.

El futuro sin embargo, se levantó y comenzó a hablar:
Yo soy los sueños, las esperanzas. Yo represento los deseos y los anhelos que se buscan conseguir. Sin mí, la vida no tendría ningún sentido. Si supiésemos que vamos a morir mañana ¿para qué pensar en el pasado? ¿Para qué forjar una vida? Yo soy la incertidumbre que nos mantiene vivos, el “¿qué pasará mañana?” que nos tiene en vilo. Yo soy fuente inagotable de conjeturas, de pasiones y deseos. De visiones. Soy todo aquello que se desea alcanzar. Necesitamos saber que habrá un futuro, necesitamos creer en el futuro para poder continuar. Sin mí, no habría esperanza.

El presente siguió sonriendo. Se levantó y abrió la ventana de la alta torre. Desde allí se veía el inmenso bosque y los muros de la fortaleza. Una leve brisa comenzó a soplar y las lenguas de fuego de la lumbre bailaron con más rapidez. Una danza frenética.
Se sentó al lado de la ventana y dejó que la brisa fresca le llenase los pulmones. Dejó que despeinase su cabello.
Esto es el presente. Saborear cada instante. Yo hago que nos olvidemos del pasado para poder seguir hacia adelante. Yo hago que hasta en un muro tan fuerte e inexpugnable como este, salgan grietas. Yo mitigo el dolor. Hago que desaparezca. Yo soy la visión nueva, que crees no haber visto nunca. Yo hago que pasado y futuro dejen de importar. Yo soy una caricia, una mirada, una palabra que hace que ese dolor del que habla el Pasado desaparezca sin dejar rastro. Yo sí soy la esperanza. Soy ese instante preciso en el que el corazón late más deprisa. Soy un segundo, el ahora. Soy esa brisa fresca que se cuela en nosotros y limpia el olor a cerrado del Pasado para que pueda entrar, después, el Futuro
Yo no sé si soy más importante que el pasado, ni doy más esperanza que el futuro. Sólo sé que gracias a mí se crea una amnesia que nos hace olvidar el dolor y que nos hace olvidar lo que vendrá, quien nos hace asumir riesgos porque merecen la pena. Soy la tenacidad del que ha olvidado el dolor y de quien no piensa en el mañana.
Yo soy dos cuerpos enredados en una cama. Soy un beso, ese preciso instante. Soy una caricia que no esperas. Soy un impulso decisivo que hace que un corazón maltrecho vuelta a latir con fuerza. Soy ese instante que todos perseguimos durante toda la vida. Yo formo el pasado y creo el futuro. Lo que hagas ahora serán tus recuerdos mañana y te llevará por un camino u otro.
Yo soy el destino juguetón, que hace que creamos que es el libre albedrío el que hace que andemos por un camino u otro, pero soy yo, quien, realmente, marca y guía tus pasos. Soy aquella que te hace coger un sendero u otro hasta verte parada frente a unos ojos oscuros que pensarás mañana como un recuerdo del pasado y tal vez, por qué no, como una constante en tu futuro.
Yo soy la lucha titánica entre olvidar lo vivido o vivir con el miedo a volver a fracasar. Pero tengo esa maravillosa capacidad de hacer que sean valientes y tiren los escudos y las barreras que tú les has creado con recuerdos de cuando sufrieron.

El Presente señaló los muros de la fortaleza. El Pasado y el Futuro se levantaron y se acercaron a la ventana.
“¿Ves?” a los pies del muro se veía a una mujer palpando las paredes, intentando trepar por la enredadera. “Yo soy la que hace que ella intente atravesar los muros que tú has creado para proteger esta torre. Soy el ahora que la impulsa a buscar esa pequeña grieta que ella ha creado con el paso de los días. Ante mí, Pasado, tus muros no valen de nada".

Las tres se quedaron quitas, frente a la ventana. Mirando cómo la joven rodeaba una y otra vez los muros, quitando suavemente la yedra, que tardaba poco en volver a crecer. Buscando con sus manos un resquicio entre los muros.

“Tardará años” dijo el pasado

“Futuro incierto” dijo el futuro.

“Pero eso a ella no le importa. Porque no piensa ni en el pasado, ni piensa en el futuro. Piensa en el aquí y el ahora” dijo sin dejar de mirar a la joven. “¿Y sabes qué es lo maravilloso? Que aunque no piense en el futuro, lo está forjando ahora mismo, con cada gota de presente”.

Llevaba allí ya varios días. No sabían muy bien cómo había llegado. Pero una mañana la vieron aparecer de entre los árboles. Sólo el hecho de llegar allí era un reto casi imposible. Pero allí estaba ella, a los pies de la gran fortaleza. Durmiendo al raso, escribiendo frases en cada pared. Frases que hacían temblar las paredes del muro.

“El amor es un préstamo”
“Conviertes mi impulsividad en calma”
“Eres una montaña, libre, majestuosa, fuerte”
“Te regalo mis latidos”
“Quiero dormir en tu espalda”

Las frases hacían que la yedra no volviese a crecer. Y así le resultaba más sencillo buscar un pequeño resquicio por el que colarse.

“Escribirte me hace libre”
“Te regalo un poema”
“Toma, mi corazón, te lo presto”
“Te quiero libre, serenamente mía y salvajemente tuya”
“Dame tu mano, ponla en el mi pecho, eres dueña de cada latido”
“Quiero volver a verte”

La yedra dejó de crecer cuando el muro estuvo completamente cubierto de frases. Las frases que ella iba dejando en su oído. Escritos más largos, más cortos, más intensos y menos. Que no salían de sus manos sino de su propio corazón sin amurallar.

Cuando no quedó un solo brote de yedra vio el resquicio. Un hueco estrecho pero por el que cabía perfectamente.

Pasado, Presente y Futuro la seguían observando. Pasado ya no recordaba por qué había creado aquellos fuertes muros. A Futuro no le importaba qué sucedería mañana, cuando atravesase esas paredes. Y Presente tejía mientras observaba, tranquila y calmada, el curso de los acontecimientos.

La joven, entró al centro del patio por el pequeño hueco que había en la pared. Y observó la torre. Suavemente, empujó la puerta que se abrió lentamente. Dentro de la torre había unas estrechas escaleras. Al ir subiendo cada vez había más luz. Pese a que no había una sola ventana. Pese a que era una torre de piedra maciza.
Al llegar a lo más alto, había otra puerta, abierta de par en par.
Cuando entró a la sala allí no había nadie. Sólo un manto. Un inmenso manto bordado. Se acercó a él y lo tomó en sus manos. En él se veía cada paso que ella había dado hasta llegar allí. Y no sólo eso, sino que se veía cómo el espeso bosque cada vez era menos frondoso. Y cómo el muro de la fortaleza era cada vez más débil.
Y al final, al final de todo, se veía la puerta abierta que ella acaba de cruzar.

Allí estaba la dueña de la fortaleza, sentada frente a la chimenea. Sonriendo. Entre miles de papeles en los que estaban escritos todos los cuentos, todos los relatos, todas las frases que ella le había mandado.

“Tenemos que seguir tejiendo este manto juntas” Dijo.

“No sé tejer” Contestó la escritora.

“Tú escribe y el manto se tejerá solo”.

Se sentó a su lado y cogió un pincel. En su espalda desnuda le escribió una frase.


“Me enamoré en el camino hasta encontrarte”

domingo, 8 de noviembre de 2015

La Viajera

Este verano tuve el inmenso honor de ganar el premio comarcal de relato corto del Certamen de relatos cortos Rodrigo Manrique, en Siles.Hubo gente que me preguntó que dónde podía leer el relato y yo no pude darles ningún enlace porque, sencillamente, no lo había. Así que hoy como inauguración de este blog, os dejo el relato corto con el conseguí el premio.Se llama "La viajera". Disfrutadlo tanto como yo disfruté escribiéndolo:



LA VIAJERA

La nieve no dejaba de caer. El cielo se había desplomado sobre la montaña, oscuro como las fauces de un lobo. La vieja y destartalada casa estaba empezando a desaparecer entre la nieve, la tormenta llevaba dos días golpeando la Sierra como si quisiera vaciarse en ella. Como si tuviera voluntad de sepultar aquel lugar para que nadie supiera jamás que había existido. La chimenea, sin embargo, aún humeaba. Frente al fuego, una anciana removía un puchero al son de viejas canciones. No era la primera nevada que había visto caer, tal vez sería la última pero a esas alturas no sentía miedo. Cuando una pasa de cierta edad la idea de morirse no parece tan horrible. Ella además ya había vivido todo lo que tenía que vivir en sus noventa y dos años de vida. No pesaba enfrentar el fin con histeria. Quería morir como había vivido: con dignidad.

El viento se hizo insoportable. Era como si dioses enfurecidos soplaran airados sobre las montañas. La lumbre se avivó y las cenizas volaron en remolino. Arropados por el sonido del viento, sonaron varios golpes fuertes: “Pom Pom Pom” la anciana caminó despacio hacia la puerta. En el quicio había una extraña viajera, cubierta por una andrajosa capa oscura, en una de sus manos llevaba un cayado de madera de roble, nudoso y carcomido por los años. La anciana se quedó mirando unos segundos a tan extraña visita. La viajera debía ser tan vieja como ella. Los cabellos blancos, recogidos, eran níveos y finos, como hilos. Las arrugas de su rostro eran surcos en una piel casi transparente. Y en los ojos, de un gris apagado, parecían verse mil vidas vividas y terminadas.
-¿Tendría usted a bien invitarme a sentarme junto a su lumbre? Nieva demasiado y me temo que me es imposible continuar mi viaje. No he visto más luces que las de esta casa. Si usted fuera hospitalaria con otra pobre anciana perdida. –La mirada de la viajera era tranquila, como si dispusiera de todo el tiempo del mundo. La anciana de la casa sonrió y la condujo frente a la chimenea. –No se encuentran por aquí demasiadas personas confiadas. –Dijo al tiempo que se dejaba caer en una modesta silla de enea.
-Bueno, eso será porque rara vez aparecen por aquí viajeros y menos aún en medio de una tormenta de nieve. –Contestó la anciana sonriendo y dejando ver los escasos dientes que le quedaban. –Perdone usted por la silla. Pero pese a que he pasado la vida trabajando, nunca he conseguido tener lujos, tampoco me importa, la verdad. A esta edad una se da cuenta de que los lujos no sirven de mucho. Todo lo que se tiene, se queda aquí cuando una se va para desaparecer bajo una capa de polvo. –La anciana siguió removiendo el puchero mientras recordaba tiempos de fatigas y hambre. Al menos ahora no faltaba algo para comer.
-Sé de lo que me habla. Pasan los años y el cuerpo cada vez aguanta menos. Yo también he trabajado mucho y mis únicas pertenencias son este cayado que me acompaña siempre y mi raída capa. Estoy cansada de caminar y sin embargo no puedo parar –La viajera hizo una breve pausa -¿Tiene usted hermanas? Yo tengo tres, ellas tuvieron más suerte. Un trabajo más grato que el mío, sólo desenredan hilos y vigilan para que no se enreden, velan por ellos: una hila, la otra mide y la última corta. Sin embargo, yo he visto cosas que ellas jamás podrán ver. Y aunque algunas de esas escenas son terribles y harían que el corazón más aguerrido temblara de dolor, también he visto escenas hermosas, tan hermosas que a veces cierro los ojos y las revivo para sentirme en paz. Y es curioso porque aunque sea una vagabunda errante siempre tengo la sensación de que hay quienes me esperan. –La viajera miró a la anciana que seguía removiendo su puchero y sonreía. Era extraño, dos viejas tan diferentes, pero tan parecidas. La anciana de la casa también había visto escenas terribles y otras hermosas. Había pasado la vida trabajando como jornalera y partera. Había visto el sufrimiento del trabajo de sol a sol, de las manos encalladas y la espalda encorvada con sólo cuarenta años. La ingratitud de un señor que pagaba a golpes y a limosna. El dolor de los estómagos vacíos y los cuerpos famélicos. También había podido contemplar la dicha de ver nacer un hijo y la desgracia de perder todo cuanto se tiene en la vida por un mal parto. Y sabía con certeza absoluta que hay dos momentos, sólo dos, que igualan a ricos y a pobres: el nacimiento y la muerte. Miraba a aquella extraña y le parecía haber estado conviviendo con ella durante una eternidad.
-¿Quiere usted comer? –Preguntó la anciana mientras buscaba dos cuencos para la cena.
-No se moleste, no suelo cenar. Me gusta ir ligera, a veces el peso que llevo en mis cansados huesos es suficiente para mí. –Sonrió. –Pero coma usted, disfrute de su cena y no se preocupe por mí. Es un placer encontrar a alguien tan amable con quien hablar en medio de un gran temporal. –La viajera dejó su bastón apoyado en la pared. La anciana lo contempló: era viejo, pero hermoso. Los nudos le daban un aspecto robusto y pese a su humildad daba la sensación de ser poderoso, como una espada del más noble de los metales.

La anciana comió despacio, saboreando cada bocado. Miró su hogar, aquellas viejas paredes en las que tantas cosas había vivido, cada piedra podía contar una historia, a veces triste, a veces amarga, a veces feliz. La viajera parecía saber qué estaba pensando, pues ella también repasaba las paredes de la vieja casa. Y si no hubiera sido imposible la anciana hubiera creído que conocía, tan bien como ella, las historias que encerraba cada rincón de aquel lugar.
Cuando terminó de comer, dejó el cuenco en el suelo y se puso en pie. Miró a la viajera durante un largo minuto y luego caminó despacio por su casa. Desapareció un instante y volvió con algo entre sus manos. Era una pequeña caja. En ella había unos pendientes y un viejo pañuelo. La anciana se los puso despacio, mientras tarareaba una antigua canción, la misma que repetía cada día:
“Cuando yo venga a buscarte / quiero encontrarte despierta, / para saber que me esperas / tras el quicio de tu puerta”.
Una vez estuvo lista, se volvió a la viajera.
-Estoy preparada, podemos irnos cuando quieras. –Sonrió de nuevo.
Se miraron y le devolvió una cálida sonrisa. Se levantó y cogió su viejo bastón.
-¿No tienes miedo? –Preguntó.
-¿De qué? Es hora de que tu hermana corte el hilo de mi vida. Lo que me daría miedo es que no hubiera nadie para cortarlo. Ahora, vámonos. No es bueno hacer esperar a los muertos. -De la caja sacó una foto descolorida y la apretó con fuerza sobre su pecho. La viajera se acercó despacio y la tomó de la mano.
La nieve dejó de caer dos días después. A la anciana la encontraron en su casa, sentada frente a la lumbre apagada, con una vieja foto entre las manos. Los que llegaron primero dicen que sonreía, como si llevara tiempo esperando que la muerte fuera a visitarla. 
A mi abuela, porque no pude despedirme.
A las “Coplas a la muerte de mi padre”, por inspirarme esta historia

Presentación

Aunque la veáis como recién parida, en realidad la mujer hermética nació hace unos años, una noche de marzo. Nació mirando unos ojos oscuros en los que hay mil interrogantes y que aún hoy me causan vértigo. Y es que me despierto con la mujer hermética pegada a mi piel, agarrada a la garganta, queriendo dominar mis dedos para que la describa. Para que la dibuje con palabras y le haga cobrar vida. 
Hoy creo este blog con el firme propósito de cuidarlo y mantenerlo y con las ganas de que quien pase por aquí pueda disfrutar de las historias que voy a contar.
La mujer hermética son historias, cada una diferente. Será un espacio de literatura, de prosa y, quizá si me veo valiente, de poesía.
Bienvenidas, bienvenidos. Poneos cómodas, nos espera un largo viaje.
Macarena Aguilar